En una historia que parece sacada de una película de ficción, Nathalye de Almeida, una joven brasileña, vivió en 2013 uno de los momentos más inesperados de su vida al visitar la antigua casa de su madre en busca de recuerdos familiares. Lo que nunca imaginó es que, entre cajas polvorientas y viejos objetos olvidados, encontraría viva a la mascota que su familia había perdido hacía más de tres décadas.
La protagonista de este suceso no humano se llama Manuela, una tortuga que desapareció misteriosamente en 1982. En ese entonces, la familia asumió que el animal se había escapado al salir por la puerta principal —que solía quedar abierta debido a las reparaciones que realizaba el padre de familia— y que probablemente había muerto en la naturaleza.
Pero no fue así. En el proceso de limpieza del desordenado ático de la casa, tras el fallecimiento del abuelo, Nathalye decidió revisar unas cajas apiladas. Al mover una de ellas, se llevó una enorme sorpresa: la tortuga seguía viva, mirándola como si no hubiera pasado un solo día.
¿Cómo logró sobrevivir?
Según sospechas de la familia, Manuela logró sobrevivir alimentándose de larvas de termitas, bastante comunes en ese tipo de espacios cerrados y antiguos. Además, las tortugas de tierra son animales extremadamente resistentes, capaces de reducir su metabolismo y vivir largos períodos con poca comida.
Cuando la llevaron a un veterinario, el profesional confirmó lo increíble: el animal no presentaba problemas de salud evidentes. Y como si todo esto no fuera ya lo suficientemente llamativo, el reencuentro también trajo consigo una pequeña revelación: «Manuela» en realidad era macho, por lo que el nombre cambió a «Manuel».
Una historia que conmovió al mundo
El caso de la tortuga brasileña dio rápidamente la vuelta al mundo por lo extraordinario del suceso. ¿Qué mascota sobrevive en un ático cerrado durante 30 años sin ser vista ni alimentada directamente? ¿Y quién se reencuentra con su animal perdido después de tres décadas?
Para Nathalye y su familia, el hallazgo no solo fue un hecho anecdótico: fue un momento profundamente emocional, un lazo inesperado con su pasado y un homenaje viviente a la memoria del abuelo fallecido, quien sin saberlo mantuvo a la tortuga con vida durante todos esos años al conservar el lugar tal como estaba.
Sin duda, Manuel es ahora mucho más que una mascota: es un símbolo de resiliencia, paciencia y de las sorpresas que, a veces, el tiempo guarda en el rincón más olvidado de nuestras historias familiares.
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